Seguramente todo el que esté leyendo este artículo realice ya su firma de forma mecánica, automatizada, de manera inconsciente, sin pensar…aunque en algunas ocasiones habremos hecho un ejercicio mental de “zoom” para hacer nuestra firma más pequeña (si el espacio es reducido) o más grande (si tenemos un gran espacio delante de nosotros) o nos hayamos disgustado con el resultado de aquella firma escrita apresuradamente o bajo condiciones adversas.

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La evolución de nuestra firma comienza imitando el modelo de las personas más allegadas, el de nuestros padres fundamentalmente, poniendo mucho cuidado y atención en ello (“pensamos en la firma mientras la dibujamos”). Una vez que alcanzamos la madurez escritural es cuando obtenemos la imagen deseada de nuestra firma, la que nos servirá para identificarnos delante de los demás, y la que podemos hacer incluso con los ojos cerrados. Curiosamente la firma no está sujeta ni a reglas gramaticales ni ortográficas, puede incluso ser ilegible y no necesita de letras para su realización. En general suele presentar dos partes definidas: La firma propiamente dicha (nombre y/o apellidos) y la rúbrica (trazo que adorna, subraya, envuelve, etc).

 

No hay que olvidar que la esencia y la riqueza de la firma reside en la de ser una característica del comportamiento de una persona, una biometría conductual, como lo es la forma de andar, el tecleo o la voz, parámetros utilizados en el campo de las ciencias forenses para diferenciar a unas personas de otras permitiendo, en la mayoría de los casos, la identificación del autor de algún hecho delictivo.

 

La escritura, y por ende la firma, es una actividad compleja en la que intervienen varias zonas cerebrales, además de los músculos del brazo, de la mano, etc. Es ciertamente preocupante el aterrizaje tan severo que tienen los dispositivos electrónicos en el mundo de los niños, los cuales, por facilidad, economía y accesibilidad dejan a un lado el “esfuerzo” de escribir a mano para sumergirse en ese mundo digital tan atractivo para ellos y que limita de algún modo su desarrollo cognitivo. Aprovechemos cualquier ocasión (fines de semana, vacaciones, momentos de relax, etc) para no dejar en “pausa” nuestro cerebro, activémoslo mediante la escritura y disfrutemos de las bonanzas de esta forma de expresión.

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